En 1959 Jacobo Varsky patentó el simulcop. Con esas láminas generaciones de estudiantes copiaban las imágenes con las que después ilustraban sus carpetas o sus cuadernos para presentarle a la señorita. En las últimas 48 horas la Nación parece que hubiera utilizado el simulcop para copiar a Tucumán.
Tal cual el gobernador, Juan Manzur, y el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, les enseñó, el presidente, Alberto Fernández, y la vicepresidenta, Cristina Fernández, se tratan como perro y gato. Se insultan por lo bajo, se maltratan interposita persona. Cristina, como Osvaldo le hizo a Manzur, pide la renuncia de ministros. En esta Nación a la tucumana es más importante ganar la pulseada que atender las cuestiones institucionales del país.
Desde hace mucho tiempo Tucumán es considerada por los expertos internacionales como un laboratorio. Siempre los hechos que luego ocurren en la vida nacional se adelantan en la provincia. Ocurrió con los trágicos episodios que derivaron en una dictadura y que tenían como epicentro los cerros tucumanos. Pasó con la farandulización de la política, que instauró Carlos Menem, y que empezó con Ramón Ortega como gobernador y siguió con Carlos Reutemann y otros que aterrizaron en la política sin saber mucho de ella, como el boquense Ubaldo Rattín. Algo parecido ocurrió con las intervenciones federales y hasta con el desembarco en el poder de algunas figuras de la dictadura. Primero fue Antonio Bussi y luego Luis Patti o Aldo Rico, por citar un ejemplo. “Tucumán adelanta los procesos sociales”, solían repetir algunos representantes de la Unión Europea.
Ahora los argentinos viven lo mismo que los tucumanos padecieron durante los últimos 10 meses, desde que Jaldo y Manzur pusieron en la mesa sus desconfianzas, sus diferencias y sus artimañas. El objetivo siempre fue dejar mal parado al otro y ganar poder. Alberto y Cristina hoy son el resultado de un verdadero simulcop de la pelea del peronismo tucumano.
Hasta el cementerio
En los tiempos más difíciles la historia saca la cabeza y empieza a traer recuerdos. En una de esas páginas aparece aquellos horribles momentos que pasaba la Argentina timoneada por un Raúl Alfonsín totalmente desvencijado. Un día recurrió a su amigo Juan Carlos Pugliese. Le pidió que lo ayudara y que pusiera la cara ante la brutal crisis económica. Todo salió mal y la inflación voló por los aires. Pugliese en clave de amistad reflexionó: “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. El político podría haber esquivado el desafío que seguro lo llevaba a donde lo llevó. Pero apostó por su amigo Presidente.
Hoy, Juan Manzur fue convocado por su amigo presidente, Alberto Fernández. Le dijo que no. Podía haber sido ministro y hasta jefe de Gabinete. Hasta Cristina Fernández lo sugirió. Por amores o por rencores, Cristina y Alberto coincidieron en la figura del tucumano. Manzur rechazó la oferta. Le dijo que no a la Nación. ¿Se le puede decir que no a un desafío nacional en momentos de crisis? El gobernador no habló, pero es posible que en su cabeza haya especulado que le dejaba el Gobierno nada menos que a Jaldo, su archienemigo. Pesó más correr ese riesgo que decirle sí a quien el más de una vez definió como amigo y a quien, precisamente, recurrió para hacerle tronar el escarmiento al vicegobernador.
Al deshojar la margarita es inevitable imaginar que Alberto no es el mismo al cual los gobernadores prometían acompañar. Este tiene una imagen negativa brutal. Tampoco Cristina puede presumir mucho de su situación política; más aun después de los comicios del domingo. A Pugliese no le importó hundirse en el barco junto con su capitán. Manzur dio señales de que está dispuesto a acompañar, pero sólo hasta la puerta del cementerio.